Nadie se
olvida de un gritón, especialmente de un jefe que hable a gritos a los
empleados, y los deje sintiéndose indefensos y constantemente alterados, y a
veces reducidos a lágrimas cuando llega la explosión.
Es una
figura en la que Andrew Cornell promete no convertirse. A veces tiene ganas de
hablara a alaridos cuando los empleados de su fábrica no cumplen con las
expectativas. Pero se muerde la lengua. "Gritar es un vestigio del pasado, y
siempre termino lamentándolo", asegura Cornell, presidente ejecutivo de Cornell
Iron Works en Mountaintop, estado de Pensilvania. En cambio, mantiene reuniones
cortas y frecuentes con empleados que tienen problemas, en lugar de "esperar al
final, hasta tirar una bomba nuclear y dejar todo manchado de
sangre".
Sin
dudas, el jefe gritón parece estar en vía de extinción del lugar de trabajo. El
nuevo consenso entre los gerentes es que gritar alarma a los empleados, los
desmotiva en lugar de inspirarlos, y afecta la calidad de su trabajo. Algunos
jefes también temen desatar una demanda por acoso o terminar como la estrella de
un video que termina distribuido por todo Internet.
Mientras
los subordinados quizás se esfuercen en su trabajo con jefes difíciles, al
esperar una pizca de elogios, pocos empleados rinden mejor en medio de gritos.
La agresión verbal suele dañar la memoria laboral de las víctimas, reduciendo su
capacidad de comprender instrucciones y desempeñar tareas básicas como operar
una computadora, según varios estudios de empleados de empresas de telefonía
celular y estudiantes de ingeniera publicados este año en el Journal of Applied
Psychology. Trabajadores que afrontaron quejas de clientes hostiles y agresivos
tuvieron menos probabilidad de recordar de qué se trataba la queja, comparados
con trabajadores que trataban con clientes calmados.
El lugar
de trabajo se ha vuelto más civilizado, según muchos parámetros. Cuando Lucinda
Maine, presidenta ejecutiva de una asociación profesional de Alexandria, estado
de Virginia, enfrentó problemas familiares hace poco, les gritó a algunos de sus
vicepresidentes. "Es mejor que gritarle a la recepcionista, pero hablar en voz
alta nunca es apropiado", señaló. La ejecutiva se disculpó rápidamente con cada
uno, y luego convocó a una reunión de su equipo para compartir lo que había
aprendido: mantener controladas las emociones en el trabajo cuando uno está
estresado en el hogar requiere de "inteligencia emocional",
afirma.
Pero la
forma en que peleamos en el trabajo no siempre es saludable. Hay mucho ira y
frustración. Los gerentes gastan alrededor de 25% de su tiempo en resolver
conflictos, según investigaciones. La "parte no tan buena" de la tendencia de no
gritar "es que la gente se traga las cosas", lo que motiva que las frustraciones
se manifiesten de otras formas, dice Jack Lampl, presidente del Instituto A.K.
Rice para el Estudio de los Sistemas Sociales, con sede en Rainier, estado de
Washington. Una de las formas favoritas de descargarse son los e-mails, que
"sirven como una válvula de escape, pero tienden a inflamar el conflicto. Un
mensaje lleno de ira "asume un rol muy corrosivo en el trabajo, que da pie a
chismes y socava a los demás", señala.
El año
pasado, Melanie Brooks, editora de Bangor Metro Magazine, se enojó cuando un
redactor no terminó un artículo a tiempo, lo que la obligó a completar el
trabajo ella misma y perderse un evento laboral al que preveía asistir. La
editora le envió un correo electrónico al redactor que decía: "Conseguí la
información que faltaba, pero casi me MATA. Este es tu trabajo, no el mío".
Agregó que no quería que volviera a suceder.
Brooks,
que vive en Orono, estado de Maine, pensó que el e-mail era sucinto, directo y
mejor que sermonear al redactor por teléfono. Pero al día siguiente, el redactor
llamó al jefe de Brooks y se quejó durante casi media hora por el mensaje, y el
jefe le reprochó a la editora por haber regañado al periodista por
escrito.
Otros
usan "gritos silenciosos" para desahogarse, afirma Sylvia LaFair, directora
general de Creative Energy Options, una empresa de asesoría en liderazgo con
sede en Sonoma, California. "Te miran con la cara petrificada, se encogen de
hombres, aprietan sus manos", dice. Otros expresan el enojo a través de sarcasmo
o sólo silencio.
Fuente: The
Wall Street
Journal
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