Una de las fallas en el emprendimiento, es llegar a creer que si se es buen emprendedor, también se puede ser buen empresario, lo que no siempre resulta cierto, y puede costar el éxito de un proyecto.
Un cosa es emprender (idear un negocio y desarrollarlo) y otra cosa muy distinta es ser empresario (gestionar el proyecto luego de implementado).
Cada uno requiere habilidades diferentes y específicas, y es difícil que una sola persona las tenga todas.
Hay personas muy hábiles para emprender nuevos negocios, pero una vez el negocio es establecido, no tienen la habilidad requerida para expandirlo o siquiera mantenerlo.
Una de las razones por las que un emprendedor no suele ser buen empresario, es por la naturaleza misma del emprendimiento, que exige innovación constante, dinamismo y casi adicción al riesgo, y buena parte de estos elementos desaparecen una vez el proyecto se ha consolidado, ya que en cierto modo se vuelve monótono, sin mayores expectativas desapareciendo los grandes retos personales que supone implementar con éxito una nueva idea.
El emprendedor nato, es inquieto. Amante de los nuevos proyectos. De allí que una vez implementa una idea de negocio, deja su gestión a un tercero e inicia un nuevo proyecto.
No se razonable esperar que el emprendedor esté siempre al frente de un proyecto. Es necesario delegar funciones, o en algunos casos, ceder su gestión completamente a un tercero, porque la naturaleza del emprendedor no es la adecuada para administrar un proyecto maduro.
Este es uno de los errores más acentuados en las pequeñas empresas de familia, donde la difícilmente se cede la administración del negocio un tercero experto en el tema, y prefiere dejarse la gestión en la familia, aunque en ellos no haya una persona lo suficientemente competente, razón de peso para que estas empresas no puedan expandirse ni en décadas de funcionamiento.
Vía.| http://www.gerencie.com/
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